LA CRISIS DEL FUTBOL FEMENINO COLOMBIANO ANTE LA ILUSIÓN DE SER SEDE DE UN MUNDIAL
"Colombia se va a postular formalmente en los próximos meses para ser sede del Mundial de futbol femenino en 2023, queremos que nuestro país de ese paso no solamente para reconocer la importancia del deporte sino la importancia del liderazgo de la mujer en el desarrollo deportivo de nuestro país". Esto declaraba Iván Duque, presidente de Colombia a finales de enero de este año durante su participación en el “Taller Construyendo País”. El mandatario relató que durante su participación en el Foro Económico Mundial en Davos (Suiza) se reunió con el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, a quien le manifestó el deseo de acoger ese importante torneo mundial.
Pero a la par con las entusiastas ideas del presidente colombiano surgieron denuncias de jugadoras de la selección mayor, y Sub 17, generándose en los siguientes días una serie de declaraciones que culminaron con decisiones drásticas de los directivos, mismas que afectan el proceso de crecimiento y desarrollo del fútbol colombiano y la consecuente postulación para un mundial femenino, pues más allá de los elementos y requisitos de infraestructura que la FIFA pide para la correspondiente aprobación de la sede, resulta ilógico que se pretenda realizar un mundial de la categoría cuando hay problemas internos entre jugadoras y directivos.
Los focos rojos de que algo pasa en el fútbol femenino de Colombia fueron los rumores de la desaparición de su Liga Águila, alegando falta de interés de la afición y de patrocinadores. Finalmente, la DIMAYOR sólo decidió para esta tercera edición, reducir la temporada a la mitad de su duración original (de julio a diciembre), cosa que provocó descontento en las jugadoras, pues eso les impediría estar en ritmo competitivo para su participación en los juegos Panamericanos.
Unas cuantas semanas más tarde surgió la denuncia pública de las jugadoras Isabela Echeverri y Melissa Ortíz quienes declararon ya no tener miedo de hablar públicamente de las irregulares y malos manejos internos en la selección mayor, exigiendo a la Federación mejores y más profesionales condiciones de entrenamiento y preparación, un nuevo entrenador (ya que Felipe Taborda renunció ante las constantes quejas de las jugadoras), así como el pago justo de viáticos y salarios. A esta denuncia se suma la de las jugadoras de la selección Sub 17 quienes presentaron ante la Fiscalía General de la Nación un escrito argumentando haber sido víctimas de acoso laboral y sexual por parte de su entrenador Didier Luna y el preparador físico Sigifredo Alonso, cuando se preparaban para participar en el Sudamericano Sub 17, clasificatorio al mundial de la categoría en Uruguay.
Las denuncias de las jugadoras sobre irregularidades internas en el manejo del fútbol femenino no son del todo nuevas: A finales del 2018, Yoreli Rincón, capitana el Atlético Huila, equipo campeón de la Copa Libertadores publicó un video en sus redes sociales en el que relataba que el premio económico consistente en 55,000 dólares no sería para ellas, sino para el equipo varonil. Sin embargo, después se aclaró que el dinero del premio llegaría directamente a la entidad de Huila, al no haber formalmente una división entre varonil y femenil, y que desde antes del Torneo se había acordado que cada jugadora iba a recibir -en caso de salir campeonas- un premio de mil dólares. Finalmente ante el revuelo causado en redes sociales terminó por ser una remuneración de dos mil dólares, acuerdo que dejó satisfechas a las jugadoras. Pero la emblemática Rincón volvió a estar en la prensa deportiva semanas después al responder a declaraciones sexistas y machistas del presidente del equipo Deportes Tolima, exigiendo respeto.
A todo esto Álvaro González, vicepresidente de la Federación Colombiana de fútbol, aseguró no tener sobre la mesa ninguna denuncia directa por parte de las jugadoras y que requiere de eso para abrir una carpeta de investigación, pues no tomarán decisiones basándose en simples declaraciones públicas para llamar la atención de aficionados y medios. Así mismo, dijo también que las constantes quejas de las jugadoras veteranas en las redes sociales, son una forma de protesta, pues saben que la selección absoluta desaparecerá en breve, ya que se tiene como objetivo concentrarse únicamente en el desarrollo y preparación de las categorías menores (Sub 15, Sub 17 y Sub 20), con miras a proyectar a bien el futuro del fútbol femenil.
Es un hecho que mientras la Federación colombiana no resuelva primero los asuntos que ensombrecen el buen desarrollo de su futbol femenil y no se preocupe por atender y reestructurar a la selección mayor cuyo puesto más alto en el Ranking de la FIFA ha sido el 22, no se puede pensar en organizar un mundial ya que es evidente que no existe buena y armoniosa comunicación Federación-jugadoras y que la solución más fácil que se ha encontrado es desaparecer a la selección mayor y con eso tal vez, quitarse dolores de cabeza, “callar voces” y enterrar cualquier asunto negativo. Es lamentable que se detenga un proceso y se deje de convocar a todas esas jugadoras que han trabajado durante años para llegar a cumplir sus sueños y consolidar un proyecto y que ahora no les quede más que el presionar para lograr mejores condiciones y que las futuras generaciones no encuentren tantos obstáculos y en su camino a la consolidación. Se debe conseguir primero que Colombia sea uno de los países con un programa verdaderamente serio y profesional de desarrollo de su fútbol femenil; que exista un mejor apoyo de la afición, pero principalmente compromiso, respeto y profesionalismo de sus directivos y sólo así se puede pensar en organizar un mundial.
Yo no sé si el presidente Duque peca de inocente sobre la problemática del fútbol femenino de su país, es demasiado ignorante en la materia o su entusiasmo al conocer a Infantino le ganó a su razonamiento, pero en definitiva Colombia, en estos momentos al menos, no es un candidato idóneo para la organización de una Copa del mundo femenina pues dudo que al paso que van se logren grandes cambios en sólo cuatro años.